La gracia del tiempo es que nunca nunca se va a detener. No importa cuánto tarde o qué es lo que pase, inevitablemente vamos a terminar estando allá, en ese momento que proyectamos alguna vez. Comprender eso es el secreto de la paciencia (y de la felicidad, tal vez). Ponerle amor a todo lo que hagamos porque la vida es una constante reacción en cadena, pequeñas piezas de dominó que son empujadas por la anterior. Mirarlas caer, mirar con atención todo lo que sucede mientras lo hacemos suceder. En eso pienso cuando llevo mucho rato cuestionando mi existencia o mi infelicidad inventada, en que el tiempo es muy valioso para dejar que se me vaya así nomas, porque es un lujo hoy en día disponer de él en primer lugar. Está bueno cuestionarse y reflexionar, pero está bueno también salir de ahí y saber parar de pensar porque no es difícil llegar a perderse en esa profundidad interior. Cada persona es un mundo, pero el mundo exterior es tanto más grande que cada unx. Hay mucho que explorar aún, mucho que pelear y disfrutar. Mucho que cantar, ayudar, pasar frío y disfrutar. Y amar. Amar mucho. En todo el amplio sentido de la palabra. "El increíble amor", como diría mi Teo.